El maridaje es el arte de combinar los alimentos con las bebidas, especialmente el vino, para crear una experiencia gastronómica armoniosa y placentera. El maridaje se basa en la idea de que ciertos sabores, aromas, texturas y sensaciones se comple8mentan entre sí, creando un equilibrio o un contraste que realza el disfrute de ambos elementos. El maridaje no es una ciencia exacta, sino más bien una cuestión de gusto personal y preferencia, pero existen algunas pautas generales que pueden ayudar a elegir el vino adecuado para cada plato.


Una de las pautas más básicas es la de combinar los vinos blancos con los platos ligeros y los tintos con los platos fuertes. Esto se debe a que los vinos blancos suelen tener una acidez más alta y un cuerpo más ligero que los tintos, lo que los hace más refrescantes y menos pesados en el paladar. Los platos ligeros, como las ensaladas, los pescados, las verduras o las pastas con salsas suaves, se benefician de esta frescura y no se ven opacados por el vino. Los vinos tintos, por otro lado, suelen tener más taninos y un cuerpo más robusto que los blancos, lo que les da más estructura y complejidad. Los platos fuertes, como las carnes rojas, los guisos, las salsas picantes o los quesos curados, se complementan con esta estructura y no se ven dominados por el vino.


Otra pauta es la de combinar los vinos y los alimentos de la misma región geográfica o cultural. Esto se basa en el principio de que lo que crece junto, va bien junto. Los vinos y los alimentos de una misma zona suelen compartir características climáticas, históricas y gastronómicas que los hacen armonizar naturalmente. Por ejemplo, el vino Chianti y la pizza napolitana son ambos originarios de Italia y tienen sabores intensos y rústicos que se potencian mutuamente. Otro ejemplo es el vino Sauvignon Blanc y el queso de cabra, ambos originarios de Francia y tienen sabores frescos y herbáceos que se equilibran entre sí.


Una tercera pauta es la de combinar los vinos y los alimentos según el tipo de sabor predominante. Existen cinco tipos básicos de sabor: dulce, salado, ácido, amargo y umami. Cada uno de estos sabores puede crear diferentes efectos en el maridaje, dependiendo de si se busca crear un equilibrio o un contraste. Por ejemplo, el sabor dulce puede equilibrar el sabor salado, como en el caso del vino Oporto y el queso azul, o contrastar con el sabor ácido, como en el caso del vino Moscato y la tarta de limón. El sabor salado puede equilibrar el sabor ácido, como en el caso del vino Champagne y las ostras, o contrastar con el sabor dulce, como en el caso del vino Riesling y el jamón ibérico. El sabor ácido puede equilibrar el sabor dulce, como en el caso del vino Rosado y la fruta fresca, o contrastar con el sabor umami, como en el caso del vino Pinot Noir y las setas. El sabor amargo puede equilibrar el sabor umami, como en el caso del vino Cabernet Sauvignon y el chocolate negro, o contrastar con el sabor dulce, como en el caso del vino Malbec y la crema catalana. El sabor umami puede equilibrar el sabor amargo, como en el caso del vino Merlot y la carne asada, o contrastar con el sabor ácido, como en el caso del vino Chardonnay y el sushi.


Estas son solo algunas de las pautas que pueden ayudar a elegir un buen maridaje entre el vino y la comida. Sin embargo, lo más importante es experimentar y probar diferentes combinaciones hasta encontrar las que más nos gusten. El maridaje es una forma de arte que nos permite disfrutar al máximo de los placeres de la mesa. ¡Salud! 🍷